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Isabel con uno de sus tréboles de cuatro hojas. R. C.
La mujer con más suerte del mundo

La mujer con más suerte del mundo

Superstición ·

Isabel Queipo tiene un «superpoder» para encontrar tréboles de cuatro hojas, que regala a sus amigos en días tan especiales como este martes y 13. «Si buscas lo inusual en lo cotidiano, lo acabas encontrando», asegura

Martes, 13 de mayo 2025, 00:30

Isabel Queipo irradia energía positiva y agradece las cosas buenas que la vida ha puesto en su radar, aunque sean tan minúsculas como un trébol con su tres hojillas verdes y redondeadas. Pero ella tiene un don para encontrar, casi sin proponérselo, tréboles de cuatro hojas, esos diminutos tesoros de la naturaleza que emergen del césped, tan raros y especiales que se asocian a la buena suerte. En este aspecto (también en otros), es una mujer afortunada que comparte su buena estrella con amigos y conocidos, porque si localiza uno, lo prepara dentro de un marquito o un llavero que adorna con flores, plantas y dibujos y lo regala. Siempre lo regala.

Isabel tiene 51 años y nació en Canarias, aunque lleva en Madrid casi toda la vida. Es periodista y actriz de teatro, y lo compagina con su trabajo como profesora de pole dance. Todo esto vino después de los tréboles, pues aquella primera aguja en el pajar la encontró con 12 años. «Fue raro porque ni siquiera lo estaba buscando. Fue agacharme, verlo, recogerlo y decir ¡qué bonito, un trébol de cuatro hojas... existen!». Aquel no lo guardó, pero sí el siguiente que descubrió a los 18 años en Dublín, un escenario premonitorio pues por algo el trébol es el símbolo irlandés. «Lo guardé muchos años, pero también se me acabó traspapelando», rememora.

De vuelta a Madrid les siguió el rastro con más o menos tenacidad hasta que en 2021, después de la pandemia, se propuso afilar la vista mientras sacaba a pasear al perro por el parque. «En el barrio hay bastantes extensiones de césped y un día me acordé de aquellos trebolillos que había ido encontrando de jovencita y me puse a buscarlos. ¡Y sí que los veía!».

Armada con un cuaderno de tapas duras «para poder prensarlos dentro y que llegaran bien a casa» reunió uno, dos, tres, cuatro... y cuando superó la veintena se dio cuenta de que no tenía sentido quedárselos solo para ella y empezó a regalarlos. «Una vez le di uno a una señora mayor y se emocionó tanto que pensé en enmarcarlos y hacérselos llegar a otras personas».

Con delicadeza

Isabel circunscribe su radio de acción a pequeñas parcelas («en extensiones grandes me aturullo, me cuesta más verlos»), escudriña el terreno y detecta su presencia como si los tréboles estuvieran mirándola sólo a ella con sus cuatro 'ojillos'. Entonces los corta con delicadeza (jamás los arranca) y los coloca entre dos finas láminas de metacrilato unidas por imanes. Y para que no quede «muy soso» les añade a modo de adorno hojas secas y flores en una composición de lo más artística y natural.

«Cuando cumplí los 50 me propuse el desafío de encontrar 50 tréboles de cuatro hojas que pudiera regalar en mi fiesta de cumpleaños. Compré 50 cuadernos pequeñitos y fui pegando un trébol en la primera página e hice dibujos alrededor, y en cada cuaderno puse un mensaje. Aquello gustó mucho. Algún cuaderno incluso tenía un trébol de cinco hojas y esos me hacen especial ilusión porque son mucho más difíciles de encontrar», detalla.

Hace marcos y llaveros con los tréboles y siempre los regala: «Tengo la superstición de que el día que los comercialice se acabará la magia»

El caso es que todo el mundo que conoce a Isabel tiene alguno de sus minicuadros y ahora también compra llaveros vacíos, introduce el trébol con un fondo de papel bonito e igualmente los regala. Porque aunque le han sugerido muchas veces que podría vender sus piezas en alguna tienda física o por internet, ella se niega en redondo. Esa es su superstición. Que se acabe la magia el día en que quiera hacer dinero con su original afición. «Tengo la sensación de que el día que me dé por comercializarlos, dejaré de encontrarlos. La suerte no se puede comprar. Y además hay algo muy romántico en dársela a quien quieres o a quien tú eliges y no a cualquiera».

De hecho, este martes y 13, un día gafe para los supersticiosos, ya tiene pensado a quién va regalar una de sus originales creaciones: «A alguien que está pasando por una mala racha. Desgraciadamente siempre conocemos a alguien que está mal». Seguro que conjura el mal farío.

Cuenta Isabel que los agraciados que reciben sus tréboles los guardan con una «ilusión tremenda». Sus amigos bromean con que tiene un «superpoder trebolero». Eso sí, a quien se anime a seguir su afición les ruega que corten el trébol sin estropearlo, mejor con algo afilado que con los dedos y siempre por la parte del tallo. «No lo arranquéis porque si lo arrancáis seguramente os llevaréis el bulbo y no volverá a nacer otro como ése. Lo mejor es cortarlo por el medio y así nacerá otro para que lo encuentre alguien más», explica.

La suerte de los tréboles

Isabel no sabe si sus tréboles dan suerte, aunque a ella le gusta pensar que sí. «Eso ya depende de lo que la gente quiera creer, a mí me parecen como milagritos. Me gustan mucho porque son bonitos por lo inusual, pero más allá del sentido simbólico o de que dan suerte, los aprecio porque son raros, difíciles de ver y tienen su magia. Para mí su significado es que si buscas lo inusual en lo cotidiano lo acabarás encontrando».

Ella cuando los regala a alguien les dice que no sabe si les cambiará la vida, pero sí que les asegura que ese pequeño milagro es la representación física de su deseo de que les vaya bien. «Si nos ponemos esotéricos te diría que te van a transmitir sensaciones positivas, y si no nos ponemos esotéricos, pues tienes un objeto que es original, que queda decorativo y que disfrutas mirándolo. Y además no es algo que vayas a encontrar en una tienda, así que también es especial», apunta.

Todos estos años de generosidad le han brindado un carro de anécdotas. Una vez le regaló a una amiga por su cumpleaños uno de sus tréboles enmarcados. «Le habían regalado de todo, unos esquís, ropa, perfumes, un reloj nuevo, maquillajes… un montón de cosas caras. Y yo le di el marquito. Me contó que al día siguiente le enseñó todo aquello a su madre, y su madre no tenía ojos para otra cosa más que para el marquito de los tréboles, o sea, que para ella tenía mucho más valor ese cuadrito que todo lo demás. Siempre pienso que se lo tenía que haber regalado a su madre, que lo apreció de verdad y le vio un significado, jajaja«.

Entre los receptores de sus flores de la suerte se ha encontrado con amigos que colocan el marco en un sitio especial, «casi como si fuera una especie de altar», y otros que no se atreven ni a sacar a la calle sus llaveros para no perderlos. «Por más que les animo a que los usen, prefieren dejarlos en casa». Hay incluso quien lamenta que los tréboles vayan perdiendo su verdor y amarilleen con el tiempo. «Te dicen que se les está gastando su suerte y que necesitan otro, jajaja».

Una vez se emocionó con una reacción preciosa por parte de una de sus alumnas de pole dance, que tenía tatuado un trébol de cuatro hojas. «Le pregunté que si era algo especial para ella y si había visto uno alguna vez. Me respondió que no, que nunca había visto ninguno así que le regalé un llavero y me dijo que era una de las cosas más bonitas que le habían dado en su vida. La verdad es que nunca me voy a olvidar de eso».

Isabel se considera una mujer afortunada, pero prefiere no decirlo «muy alto». Así que, muy discretamente, confiesa que se siente así porque goza de buena salud, «tengo una edad en la que empiezo a perdonarme mis defectos y mis errores, cuento con una red familiar increíble, muy buenos amigos, y una pareja con la que me río lo que no está escrito». Por eso sostiene que para ella la suerte es justo tener estas cosas «y ser consciente de ello». E Isabel lo es, lo que la convierte en la mujer con más suerte del mundo, una gracia que, visto así, debería estar al alcance de cualquiera.

Nuestra buscadora de tesoros seguirá escudriñando los parques y jardines de Madrid a la caza de tréboles de cuatro hojas, en los que ella cree ver «banderas verdes» que se mecen entre la hierba y le indican que «todo va bien, que no quieras ir a más y aprecies lo que tienes. Son como señales que me susurran 'qué suerte tienes con la que ya tienes'«.

Una mutación genética que puede dar 4 «¡o 25 hojas!»

Una mutación genética (el gen de la buena suerte, lo llaman) desencadena el crecimiento del número de hojas en el trébol de tres foliolos. Esa mutación es lo suficientemente rara como para hacerlos tan especiales. Hay alrededor de 300 especies del género Trifolium, al que pertenecen los tréboles. La madre de Isabel suele decir a su hija que «técnicamente» un trébol de cuatro hojas tendría que llamarse de otra manera. «¿Cuatrébol, quizás? Suena raro». Una vez Isabel encontró un trébol de 5 hojas (que por supuesto regaló), pero ha leído que hay uno con un récord ¡de 26 hojas! Su madre bromea con que eso no es un trébol, «sino una col».

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