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Hay quien ha pasado por allí en más de una ocasión, pero no ha reparado en ella, ya sea porque ha parado sólo a beber agua de la famosa fuente de la Yedra o bien para desayunar o almorzar en la famosa venta del mismo nombre. Hay un gigante de piedra que protege tanto al manantial como a ése y otros establecimientos de restauración cercanos.
Desde ahí se antoja abrupto, casi inaccesible. No se ven caminos claros y sí algunas vallas que parecen delimitar propiedades privadas. Pero, la de las Cabras, que así se llama, es una de esas sierras que merece la pena explorar, aunque para ello haya que buscar mapas y libros antiguos, donde muchos datos y pistas pueden parecer desactualizados, pero tienen su sentido, sobre todo si se sabe leer entre líneas.
Desde la abandonada carretera que hay en paralelo a la actual autovía, se puede hacer una trepidante subida llena de sorpresas para los sentidos: desde vistas panorámicas inesperadas hasta formaciones geológicas que parecen inverosímiles.
La mayoría de los itinerarios conducen hasta el pico de las Cabras, que con sus casi 1.300 metros sobre el nivel del mar se convierte en un mirador espectacular. La subida se hace por un sendero algo difuso donde aún quedan mojones de piedra como señales.
No sin esfuerzo, sobre todo en el último tramo, el más escarpado de todos, se llegará a esa cima, que tiene un vértice geodésico, pero sobre todo espectaculares vistas panorámicas a un lado y a otro. Es decir, lo mismo se mira hacia los pueblos de Villanueva del Rosario y del Trabuco que al Torcal, la Peña de los Enamorados o, a los pies, Villanueva de Cauche y el puerto de las Pedrizas.
Pero, hay un lugar que llama aún más la atención a los pies, un prado verde delimitado por calizas, que parece haber sido ser ocultado deliberadamente. Se trata del hoyo de Juan Díaz. Detrás de esa castiza y sencilla denominación se esconde una dolina formada por la erosión de esta sierra caliza. Un prado verde que se convierte en un pequeño edén. Las rocas cobijan del ruido de la cercana autovía.
No es el único sitio lugar insólito que ocultan estas montañas. Si se desde el pico de las Cabras se avanza hacia el noroeste se puede encontrar un antiguo abrevadero tallado en piedra que data de 1905, el de Lastonares. Desde allí sólo quedan unos pasos para llegar hasta lo que se conoce como la 'Casa del Gnomo', una formación rocosa envuelta por la yedra que ha hecho fantasear a más de un senderista por unos momentos.
Alo largo de este emocionante recorrido, hay también muchos alicientes biológicos. Por un lado, se pueden ver especies botánicas tan singulares como arces, majuelos, chaparros, así como numerosas plantas rupícolas en los tajos, preciosas peonias y muy abundantes lirios en los muchos pequeños prados que tiene esta sierra.
Sorprende sobre todo el pequeño bosquete de olmos que crece en la parte sombría de la torca de Juan Díaz. En lo que se refiere a aves, por allí se pueden ver ejemplares de colirrojo tizón, collalba rubia, verdecillos, pardillos, roquero solitario o escribanos. Al estar cerca del Torcal de Antequera, por allí se pueden ver fácilmente buitres leonados, o incluso la majestuosa águila culebrera.
Y haciendo honor a su nombre, siempre que se vaya con sigilo, se podrán ver pequeños grupos de cabra montés . Tampoco hay que descartar avistar algún zorro o incluso algún jabalí.
A pesar de estar clasificada como de dificultad baja por su corta duración, es necesario señalar que la gran parte de la ruta tiene una pendiente bastante pronunciada, por lo que requiere de un mínimo de forma física.
Además de hacer ese itinerario desde la fuente de la Yedra, también se puede hacer otro recorrido, que converge con el GR-7-E4, en sus primeros metros, desde lo que se conoce como la Boca del Asno, un puerto que sirve para acceder al Torcal desde Antequera. Aunque la subida hasta el pico de las Cabras es igual de exigente, desde allí se llega en apenas un kilómetro y medio a la mencionada 'Casa del Gnomo'.
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