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En La Corta la media es de casi tres hijos por mujer. Marilú Báez

La Corta: el barrio más rico de Málaga (en natalidad)

Ver familias con tres hijos o más sigue siendo habitual en el vecindario con mayor tasa de fecundidad de la ciudad, también uno de las más castigados por la pobreza y la exclusión

Sábado, 7 de junio 2025, 23:52

«¿Vas a ir a La Corta? ¿Sola?... Ten cuidado» No una sino varias veces se ha recibido esta advertencia al preparar este reportaje. Es evidente que sigue pesando un fuerte estigma sobre un rincón de Málaga que, a la hora de la verdad, pocos han pisado. Hay una razón de peso para visitar este barrio en el contexto de este trabajo sobre la natalidad: en ninguna otra zona de la ciudad se tienen tantos niños por familia como aquí. La media de hijos por mujer es de casi 3, cuando la media en la ciudad apenas pasa de uno. Si los niños son un tesoro, este es el barrio más rico de Málaga.

Al entrar en La Corta algunos estereotipos se caen: el del peligro, por ejemplo. Otros se confirman: se oyen gallos cantar, hay chatarra arrumbada junto a las casas –para muchas familias es su sustento– y también charcos de aguas fecales y basura acumulada en algunos puntos, pese a los esfuerzos de la asociación de vecinos y las ONG que trabajan en el barrio, que precisamente la semana pasada organizaron una batida de limpieza con varias decenas de participantes.

La Corta recuerda a un pueblo de los de antes porque se hace vida en la calle: los niños juegan y corren libres, las adolescentes pasean cogidas del brazo y los chicos se juntan a fumar cachimbas, mientras los adultos matan el tiempo charlando y jugando al parchís, al dominó o al bingo en portales y plazas. Es una comunidad pequeña y compacta: son unos 1.700 vecinos, la gran mayoría de etnia gitana, todos se conocen y cuando llega un forastero no pasa desapercibido. Hay otra singularidad: no hay ni un local comercial en todo el vecindario. Ni una tienda, ni un kiosko, ni una cafetería ni una farmacia. Nada. Una ausencia absoluta de actividad comercial que se palia con las tiendas informales que hay montadas en algunas casas. Allí es donde se compra el cartón de leche que falta, los pañales que se acaban, los refrescos fríos o las chuches.

Será rico en natalidad, pero aquí los bebés no llegan con un pan bajo el brazo. La Corta es uno de los barrios más desfavorecidos de Málaga: tiene una renta per cápita de 7.549 euros anuales, menos de la mitad que la media de la ciudad, y una tasa de pobreza del 56%. El paro y la economía informal campan a sus anchas. Conocer su origen ayuda a comprender su realidad y los problemas que arrastra. Nació como un asentamiento transicional que se construyó, rápido y mal, tras las inundaciones del 89 para realojar a familias del Centro Histórico, el Molinillo o la Trinidad que perdieron su hogar. Después se mudaron allí también habitantes de núcleos chabolistas que iban siendo desmantelados. Por ese carácter supuestamente provisional, al levantar la barriada se olvidaron de muchos 'detalles' que en una ciudad del primer mundo se dan por sentados: «No había farolas, aceras ni señales de tráfico», recuerda Juan Rodríguez, que es lo más parecido a un alcalde en La Corta. Fundador y presidente de la Asociación de Vecinos La Nueva Corta, es un líder natural y tranquilo que representa la lucha de su gente por la dignidad, por «dejar de ser un gueto y convertirnos en un barrio más de Málaga».

Tardes a la fresca en La Corta

Marilú Báez

Tardes a la fresca en La Corta

Marilú Báez

Tardes a la fresca en La Corta

Marilú Báez

Tardes a la fresca en La Corta

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Juan, que es gitano del Sacromonte, elige el campo de fútbol para atender la entrevista: «Aquí empezó mi historia», señala con su bastón. «Esto era un barranco muy peligroso, lleno de basura y de cristales. Aquí se cayó una niña pequeñita y casi perdió la vida. Un día cogí un rastrillo y empecé a quitar porquería; otro hombre me vio y me ayudó, y después otro, y otro… Si me preguntas cuál ha sido el mayor avance que hemos conseguido: conseguir la unión de los vecinos. Yo lo que les pido siempre es cooperación, coordinación, concienciación, pero no marginación», explica. Dicho parece fácil, pero no lo ha sido: «Había familias que preferían que de aquí no entrara ni saliera nadie, que esto fuera un gueto», reconoce. Con sus palabras y su ejemplo, Juan consiguió inspirar respeto y aunar voluntades Dani, un joven implicado en la asociación vecinal, interviene: «Yo le voy a decir la verdad: si no fuera por este hombre, esta barriada no estaría como está ahora: de higiene, de seguridad, de hospitalidad, de unidad entre los vecinos. Esto era un gueto. Y ahora hay educación, hay respeto, nos ayudamos los unos a los otros».

«Juntos todo será posible»

El lema de la asociación está pintado primorosamente en el campo de fútbol, junto a la bandera del pueblo gitano: «Juntos todo será posible». Su presidente mira hacia atrás y ve importantes hitos conseguidos. Se ha erradicado en gran parte el absentismo escolar; el Ayuntamiento construyó el campo de fútbol, dos parques infantiles y un centro ciudadano donde, gracias a la financiación de CaixaProinfancia y la labor coordinada de varias ONG, los niños van a jugar y estudiar por las tardes y los adultos a talleres por las mañanas. Hay aceras y farolas, se arreglaron las arquetas y los cuadros eléctricos de los bloques antes de que hubiera una desgracia. Hay más jóvenes trabajando y el Ingreso Mínimo Vital ha aliviado las penurias de bastantes familias. La convivencia, asegura Juan, ha mejorado.

Juan Rodríguez es fundador y presidente de la Asociación de Vecinos La Nueva Corta, que lucha por la «normalización». N. T.

Pero el presidente no se engaña: sabe que falta todavía falta trecho que recorrer hasta esa ansiada «normalidad». Sigue habiendo cosas que no debería haber en un barrio de una ciudad como Málaga: empezando por los charcos de aguas fecales que se filtran desde los bloques y originan nubes de mosquitos y brotes de gastroenteritis entre los niños. Y continuando por las todavía altas tasas de abandono escolar y desempleo. «En otros barrios se rompe un escalón y lo arreglan al día siguiente. Aquí todo cuesta más, hay que dar mucho la lata», afirma Juan, no sin agradecer el «esfuerzo del Ayuntamiento» y de concejales con nombre y apellidos como Borja Vivas o Elisa Pérez de Siles.

Se encuentran también voces más amargas en el vecindario, como la de una señora ya mayor que prefiere no decir su nombre por miedo a represalias. «Este barrio es de lo peor, yo aquí he pasado lo que no está escrito. Hay discriminación, hay violencia y hay abuso. El otro día había cuarenta hombres que querían matar a un niño de 18 años», asegura.

«Nos gustan las familias grandes»

Pero volvamos al tema que nos trae a La Corta: la natalidad. «Aquí es costumbre tener muchos niños, nos gustan las familias grandes: muchos hijos, primos, sobrinos, nietos», cuenta Samara, que con 32 años ya tiene tres: Alegría, José y Lele. «Pero si lo hubiera sabido, me quedo con la primera», confiesa, porque «se pasa muy mal para criarlos sin trabajo, sin ayudas, a la espera siempre de algún trabajillo, para limpiar, para recoger chatarra, en mercadillos…».

Samara se asoma a su balcón con dos de sus tres pequeños. Marilú Báez

Da la impresión de que aquí tener niños no es algo que se decide; es algo que sucede. La media será de tres, pero es habitual que se supere. Malika, que no es gitana sino rifeña de Melilla, ha criado doce («seis hembras y seis varones») y suma 19 nietos. Susana, con 51 años, ha parido seis: el mayor tiene 30 y el más pequeño, 16. Ella, a su vez, tiene ocho hermanos. «A los gitanos nos gusta mucho tener niños, dan alegría. También es verdad que no se ponen muchos medios para no tenerlos, así que llegan, quieras o no», afirma. Su vecina María es madre de cuatro; Carmelilla de seis; Coral, con 19 años, ya va por dos, «buscados, ¿eh?». Un hombre se une a la tertulia improvisada sobre la alta fecundidad del barrio y resuelve por la vía rápida: «¿Que por qué tenemos tantos niños? ¡Porque nos gusta hacer mucho el amor! Además, cuanta más familia mejor: cuando seamos viejecitos tendremos quien nos cuide».

Cultura gitana y ciclos vitales rápidos

Esta tradición de familias numerosas que persiste en la cultura gitana se suma a otras razones de índole socioeconómica para explicar esta alta natalidad. Por ejemplo, el todavía bajo nivel educativo que alcanza la mayoría de los jóvenes en La Corta. Al no emprender estudios superiores, los ciclos vitales son más rápidos. Lo habitual es empezar a tener hijos con veinte años o menos. «En los últimos años ha habido un 'baby boom', no sabemos bien por qué, quizá por eso se hayan disparado las estadísticas. En los talleres de educación maternal se intenta concienciar a las familias para que no tengan bebés de manera tan temprana, con el fin de que puedan estudiar y tener un futuro profesional», explica Fidel González, profesor y logopeda de la asociación Accem que da clases de refuerzo educativo a una quincena de alumnos de primaria y secundaria en el centro ciudadano.

El protagonismo de las mujeres

Marilú Báez

El protagonismo de las mujeres

Marilú Báez

El protagonismo de las mujeres

Marilú Báez

El protagonismo de las mujeres

Marilú Báez

El protagonismo de las mujeres

Marilú Báez

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Objetivo: derribar la barrera invisible

En un barrio con tantos niños y tan pocos recursos, ¿cuáles son los problemas que afectan a la infancia? Habla el profesor: «Tienen muchas necesidades educativas. Nos preocupan el absentismo y el fracaso y el abandono escolar, aunque se ha mejorado mucho. En edades tempranas fomentamos que los niños asistan a educación infantil para impulsar el desarrollo del lenguaje y que lleguen estimulados y preparados a Primaria. Ya en la ESO, intentamos por todos los medios que se gradúen y si no, que pasen a otras vías, como un grado de FP básico».

Este trabajo, junto a la concienciación de los vecinos, está dando frutos. «Antes había una pirámide muy acusada: muchos comenzaban los estudios pero muy pocos los terminaban. Ya vamos viendo niños que se gradúan en ESO o han hecho FP de grado medio: son referentes importantes que dan ejemplo», explica Fidel González. Para el año que viene, de hecho, planean crear algo parecido al Mural de las Estrellas de los Asperones y organizar charlas para que los chavales que terminan sus estudios compartan su experiencia con otros niños. El objetivo es derribar la barrera invisible que separa este barrio de la ciudad: «Los sentimientos que recogemos de los chavales es que no tienen posibilidad de crecimiento, de salir del barrio. Sienten una barrera que no es física. Esto son cuatro calles y estamos en medio de Carlinda, pero mentalmente se ven limitados, como en una cárcel», afirma el profesor.

Necesidades sencillas

Marilú Báez

Necesidades sencillas

Marilú Báez

Necesidades sencillas

Marilú Báez

Necesidades sencillas

Marilú Báez

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Mientras se siguen limando poco a poco estas barreras, hay necesidades más sencillas y prosaicas que reivindican los vecinos de La Corta: sombra para los parques infantiles, más limpieza en las calles, una piscina para que estén fresquitos los niños en verano. Que desaparezcan los dichosos charcos de agua sucia y fumiguen para acabar con la plaga de mosquitos. Que abra alguna tienda o un bar donde ir a tomar un café. O la espinita que tiene clavada el presidente de la asociación de vecinos: «Que de todos los que vienen a trabajar al barrio: operarios, obreros, barrenderos, asistentes sociales… que haya uno, al menos uno, que sea de La Corta».

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