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Hace unas semanas, el Museo Carmen Thyssen inauguraba una exposición dedicada a la pintura figurativa de los 80, marcada por el hedonismo, el color y la movida de los 80. Un perfil en el que encajaba perfectamente la obra y el espíritu de Gabriel Padilla (Málaga 1949-2025), fallecido hace unos días en Málaga. Retirado de la escena pública desde hace décadas, el pintor malagueño tuvo un protagonismo influyente en el arte contemporáneo andaluz y, particularmente, en Málaga, al destacar por su rico cromatismo y su debilidad por las figuras melancólicas, abstraídas y ensimismadas, amén de los cuerpos voluminosos, mediterráneos y exuberantes.
El periodista Julián Sesmero lo describió como un artista «silente» por su alergia a las fotos y los focos con motivo de la inauguración de la Galería Alfredo Viñas, que abrió a comienzos de los 90 con una exposición del propio Padilla. Y el propio Gabriel Padilla, tan dado al hedonismo y lo cotidiano en su pintura, dio muestras de ese desapego al reconocimiento público cuando mostró su extrañeza en 2016 por la reivindicación de su obra que hizo el Museo de Málaga al incluirlo entre los artistas indispensables de su sala dedicada a la nueva figuración malagueña de los 80, junto a José Seguiri y Diego Santos.
«Recuerdo los 80 como una época muy divertida, feliz y creativa», le explicaba Gabriel Padilla a Antonio J. López en SUR hace una década, para marcar distancias a continuación sobre su inclusión en la propuesta expositiva del museo de la Aduana: «No sé si hay que reivindicar algo relacionado con aquella época... El tiempo lo dirá. No le doy tanta importancia». De hecho, como buen artista, se mostraba más identificado con lo que estaba pintando entonces, aunque hiciera tiempo que no exponía en público. «Después he pintado mucho, creo que he mejorado... Pero bueno», apostilló.
Lo cierto es que más que pertenecer a cualquier movimiento artístico o colectividad, Gabriel Padilla militaba en su propio mundo, su propio arte, que era a través del que se expresaba con una «innata capacidad para armonizar sin conflicto el color, aun cuando, aparentemente, existe una permanente conflictividad agresiva en las intencionadas maneras de segmentar, distribuir y ensamblar los distintos campos ópticos que genera un estilo tan vivo y cinético como el suyo», como lo definió Sesmero.
Vinculado artísticamente a su amigo Joaquín de Molina, su obra también está presente en las colecciones del Ateneo de Málaga y el Colegio de Arquitectos. El cartel del Carnaval de 1999 también llevó su firma, aunque su pieza más popular fue, probablemente, el mural que estuvo décadas dando la bienvenida a turistas y lugareños en la subida a Gibralfaro, donde el pintor representó un compendio del paisaje urbano de Málaga, en el que no faltaban la Catedral, la Alcazaba, Atarazanas, Picasso, la plaza de la Merced, la plaza de la Malagueta, los espetos y la paciencia del filósofo Ibn Gabirol.
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